Julieta Fierro: una mujer extraordinaria
Pienso en Julieta Fierro y recuerdo la primera vez que entendí que la ciencia podía sentirse como un relato lleno de emoción, como una historia imposible de soltar. No eran los libros de texto, tampoco las clases llenas de fórmulas; era esta mujer fantástica en la televisión, hablando del universo con una sonrisa tan amplia que parecía abrazar a quienes la escuchaban.
Recuerdo quedarme hipnotizada frente a la pantalla, pensando: ¿se puede hablar de galaxias con tanta pasión? En su voz no había frialdad académica ni distancia, había cercanía. Nos hacía sentir que entender el cosmos no estaba reservado a unos cuantos, sino que era un derecho de todas y todos.
Julieta no solo nos enseñaba ciencia, también nos enseñaba a mirar la vida desde otro ángulo. Decía:
“Ver una galaxia es como escuchar una canción en otro idioma: no entiendes la letra, pero la música te emociona.”
Con frases como esta nos recordaba que mirar al cielo era mirar hacia atrás, hacia la historia misma del universo, y que la belleza podía sentirse aun sin comprenderla por completo.
Pero Julieta también hablaba de la ciencia como un camino profundamente humano, lleno de tropiezos, aprendizajes y alegría. Nos recordaba que el error no es un obstáculo, sino una brújula que nos orienta hacia lo desconocido:
“En la ciencia es súper importante cambiar de punto de vista.”
En esa frase hay una lección poderosa: equivocarse no significa fracasar, significa haber tenido el valor de intentar. Cada error revela un límite, una frontera, y nos empuja a ir más allá. En un mundo que muchas veces castiga el fallo, Julieta nos enseñaba a abrazarlo como parte esencial del descubrimiento.
La ciencia, nos decía con su ejemplo, no se construye desde la certeza absoluta, sino desde la duda y la apertura a nuevas miradas. Cambiar de punto de vista es atreverse a cuestionar lo que dábamos por sentado, y en ese gesto radica la posibilidad de innovar, de abrir caminos insospechados.
Esa humildad y esa valentía marcaron a muchas generaciones. Nos enseñó que cada vez que nos equivocamos estamos un paso más cerca de encontrar algo, y que la ciencia es, en el fondo, un diálogo continuo entre preguntas, errores y nuevas respuestas.
Y como mujer, abrió sendas donde había puertas cerradas. Nunca dejó de recordarnos que nuestra presencia en la ciencia es vital:
“La presencia de las mujeres en el mundo de la ciencia es valiosa y significativa, porque presenta otro punto de vista.”
En esas palabras resuena la lucha que seguimos dando hoy: hacer visibles nuestras voces, construir espacios donde la diversidad no sea excepción, sino motor de descubrimiento.
Julieta, además, tenía un espíritu juguetón que hacía que todo se sintiera posible. Confesaba que de niña quería ser cirquera. A veces llegaba a dar clases en patines. Y yo pienso que tal vez ahí estaba la magia: en nunca perder la capacidad de sorprenderse, de reír, de romper esquemas.
Hoy la recordamos como lo que fue: una mujer extraordinaria. Su legado no termina con sus libros ni con sus entrevistas; vive en la manera en que seguimos hablando de ciencia con emoción, con creatividad, con esa chispa que ella encendió en tantas personas.
El honor más grande que podemos hacerle es seguir aprendiendo del universo con ella.
Gracias, Julieta, te veremos siempre en las estrellas.